05/18/2024

Me gustaría empezar mi primera historia con un cuento muy bonito que es muy apropiado para estos días que estamos viviendo. Como estamos en la festividad del día del trabajo también daré algunos detalles de la festividad. Esta historia la publiqué anteriormente, pero como dije anteriormente es muy apropiada para esta época, disfrútela.

Después de muchas luchas por tener una jornada de trabajo de 8 horas, el primero de mayo de 1886 en la ciudad de Chicago, un sindicato logró para los trabadores, la jornada de ocho horas laborales. De ahí en adelante se celebra el día Internacional del Trabajo, cada 1 de mayo. El gobierno de los Estados Unidos cambió luego el día, al primer lunes de septiembre; pero la mayoría de los países celebran o reconocen el primero de mayo como el día Internacional del Trabajo. En honor a este Día del Trabajo en los Estados Unidos quiero reflexionar acerca del porque las personas trabajan.

Las sandalias del Pescador

            Primero, se trabaja para satisfacer las necesidades básicas del ser humano, que son las de comer y levantar una familia. Después que uno tiene lo básico, la persona piensa en la tranquilidad y un poco de paz cuando no están trabando. Para poder tener la tranquilidad que desea, tiene que invertir sus recursos para comprar un hogar que le brinde esa paz deseada. Si pensamos bien, todo el mundo busca esa paz. Vemos a los millonarios comprando mansiones, separadas del resto de las personas. Todo el mundo busca la tranquilidad en la vida e invierte todo lo que tiene para lograrlo. Algunas veces tenemos esa paz y tranquilidad y no la aprovechamos.

            Siempre pensamos que para tener lo que deseamos necesitamos dinero. Muchas veces es cierto, pero hay cosas que no se pueden comprar con dinero; cosas que sí, las tememos. Más sin embargo teniéndolas no nos damos cuenta lo afortunados que somos. Si las perdemos, daríamos todo el dinero del mundo por recuperarlas. Lo irónico de todo es que, si no las tenemos tampoco las podríamos comprar; ni nosotros los pobres, ni los millonarios. No están a la venta.

            Una vez oí un cuento en una presentación de Facundo Cabral con Alberto Cortez y quiero ponerlo a su disposición para apoyar mi punto de vista, acerca de la paz que buscamos y lo afortunados que muchos de nosotros somos. Voy a personificar el cuento para poder ver el significado de la paz y lo mucho que tenemos. Aquí lo tienen para su deleite.

            Con tantos problemas en el mundo y tantas guerras, Dios tomó la presencia de un pordiosero y bajó al mundo en que vivimos. Era una villa pesquera muy pequeña, en la que casi todas las personas vivían de la pesca y la agricultura. Una isla muy pequeña que de lejos parecía una montaña en medio de la inmensidad del mar. En el pequeño llano que tenía la isla se había establecido lo que podemos llamar la plaza con dos o tres comercios.

            Era muy temprano en la mañana y Dios decidió empezar su recorrido en lo alto de la montaña, para observar el amanecer. Se hizo presente, respiró hondo y sintió la frescura de la mañana. El sol salía y la penumbra de la noche desapareció. Decidió empezar su camino hacia el pueblo. Empezó a bajar por el sendero que lo llevaría a la pequeña plaza de la isla. Un hombre viejo, trabajaba en una finca.

Dios:              Buenos días buen hombre. ¿Cómo amaneció hoy?

Hombre:       Buenos días; si viene a pedir dinero, le puedo decir que yo no tengo, ni tampoco nadie en esta isla. También le puedo decir que aquí no tenemos pordioseros.

Dios:              No se preocupe buen hombre, no vengo a pedir dinero. Sólo tengo curiosidad acerca de cómo viven ustedes.

Hombre:       Aquí todos vivimos bien. No tenemos ladrones y vivimos tranquilos. Yo diría que demasiado tranquilo. No pasa absolutamente nada y tampoco tenemos lujos. Hay que levantarse temprano todos los días a trabajar la tierra, para así poder tener el sustento de cada día. Los que no labran la tierra son los pescadores, que también se levanta bien temprano para poder pescar algo. Como pude ver, nadie tiene mucho dinero.

Dios:              Buen señor; ¿Qué haría usted, si tuvieras todo el dinero del mundo y no tuvieses que trabajar?

            El hombre miró detenidamente al que creía ser un pordiosero. Quería contestarle, pero no encontraba las palabras precisas y empezó a reflexionar.

Hombre:       No había pensado en eso, creo que me enzorraría y buscaría algo que hacer.

Dios:              Ya veo mi querido amigo. Que tenga buen día buen, lo dejo para que se gane el pan del día, con el sudor de su frente.

            Dios siguió caminado. El aroma de las flores se hacía presente al paso del maestro.  Los pájaros al verlo, expresaban su alegría con su cantar. Dios disfrutaba de todo, sin pronunciar una palabra. Más adelante vio una señora y decidió pararse y hablar con ella.

Dios:              Buenos días señora; ¿Cómo se siente?

Señora:         Oh, buenos días. Yo estoy muy bien, como todos en esta isla. Nadie se enferma aquí y todos trabajamos para ganar el pan de cada día. Los residentes de aquí se conocen muy bien, pero no recuerdo haberlo visto anteriormente. ¿Es usted nuevo en la isla?

Dios:              No mi señora, estoy solo de pasada. Sentí curiosidad al ver tan hermosa isla y vine a conocerla.

Señora:         Por su ropa pensé que era una persona desagradable. Aquí no tenemos problemas y tampoco tenemos hospitales. Nadie se enferma aquí.

Dios:              No se preocupe mi señora Yo no estoy enfermo y soy inofensivo. Solo me gusta conversar con la gente.

Señora:         Gracias a Dios que usted es un hombre bueno, como todos los residentes que viven aquí. ¿Le gustaría un poco de café?

Dios:              Claro que sí, no hay nada mejor que una taza de café, en la mañana.

            La señora le trajo la taza de café y estuvieron conversando por espacio de una hora. Ya era media mañana y el Señor dedicó continuar su camino.

Dios:              Mi señora tengo que continuar mi camino. Gracias por el café y gracias por conversar conmigo.

Señora:         Gracias a usted; nunca antes había tenido una conversación tan agradable y tan llena de paz espiritual. Me siento tan feliz de haberlo conocido hoy.

Dios:              Tal vez me conoció alguna vez y no me recuerda.

Señora:         Mirándolo bien, su cara me es tan familiar. Parece como si fuera mi mejor amigo. Perdone por lo que dije al principio acerca de su ropa. No creo que usted sea un pordiosero, ni una mala persona.

Dios:              Los pordioseros son también parte del reino del cielo, nunca lo olvide. Adiós y buen día.

Señora:         Espero verlo otra vez. Aquí estoy a sus órdenes.

Dios:              No se preocupe mí señora, nos volveremos a ver muy pronto.

            Dios siguió su camino disfrutando de la mañana. Pasado unos minutos vio una pequeña iglesia y decidió entrar para saludar a su representante en la isla. La puerta parecía estar cerrada. Cuando se acercó vio que estaba entre abierta y decidió entrar. La paz se sentía tanto en el interior, como en la parte de afuera de la iglesia. Caminó y se paró en frente del altar. De pronto se sintió una voz. Era el sacerdote que salía de la sacristía.

Sacerdote:   Arrodíllese parroquiano, está en la presencia de nuestro Señor.

Dios:              Buenos días; ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

Sacerdote:   Yo soy el sacerdote de esta iglesia. ¿Viene a confesarse? Las confesiones son solo los sábados, pero tengo un tiempito ahora, si quiere podemos conversar, empiece cuando quiera.

Dios no se movió y se quedó mirando al sacerdote. El sacerdote lo miró también y luego le dijo.

Sacerdote:   Bueno si no se va a arrodillar mejor vámonos afuera. Tengo un banquito debajo de un árbol y a esta hora no hace mucho calor.

            Los dos salieron afuera y se refugiaron del sol debajo del árbol. El sacerdote estaba impresionado de la presencia del desconocido y le dijo. 

Sacerdote:   Siéntese aquí, creo que no tengo el gusto de conocerlo. Yo conozco todos los residentes de esta pequeña isla y no creo haberlo visto antes.

Dios:              Mi querido sacerdote, la verdad es que, es la primera vez que me dejo ver en esta isla, pero pensé que tú me reconocerías.

            El sacerdote se quedó sorprendido de la manera en que el desconocido lo trató. Especialmente por haberlo tuteado. Usualmente todo el mundo lo trataba de usted.

Sacerdote:   No sé cómo lo pueda yo conocerlo, si usted es un forastero. Yo nací aquí y toda mi vida he sido sacerdote en este mismo lugar. Pero olvídese de eso y dígame sus pecados.

Dios:              Hoy no vengo a confesarme, solo quiero conversar.

Sacerdote:   Aquí no hay mucho que contar. Los jóvenes se van cuando pueden, buscando un mejor vivir. Usted sabe, a los jóvenes les gustan las fiestas y el bullicio. Aquí no hay nada de eso. Algunas veces me canso de no oír a nadie quejándose. Quizás por eso me quejo yo. Las personas vienen a confesarse y me dicen que no tienen pecado. ¿Puede usted creer eso? Lo único que nos falta es dinero.

Dios:              He oído lo mismo de todo el mundo y quizás usted como sacerdote me pueda contestar una pregunta que me viene a la mente.

Sacerdote:   Dígame, dígame, lo escucho: ¿Cuál es su pregunta? Yo le puedo contestar.

Dios:              Todos parecen resentir que no tienen dinero y mi pregunta es; ¿Para qué quieren dinero, si aquí lo tienen todo?

            El sacerdote se quedó mudo, no pudo contestar la pregunta. Dios se levantó de su asiento, le echó la bendición y siguió su camino.

            Ya era el medio día y el calor era sofocante. Llegó a la plaza y se detuvo en una esquina. Sus sandalias le molestaban, se las quitó y miró una de ellas. Se dio cuenta que estaba rota. Miró para todos lados y vio en frente de Él una zapatería, a la que decidió entrar. El zapatero trabajaba, pero ni tan siquiera se detuvo a mirar quien había entrado.

Dios:              Buenos días zapatero.

Zapatero:     Yo no le veo nada de bueno. Últimamente nadie viene a arreglar sus zapatos.

Dios:              Zapatero, tengo mis sandalias rotas, las tengo que arreglar. ¿Puedes tú hacerlo? Te lo voy a agradecer mucho.

            El zapatero detuvo su trabajo por primera y vio a la persona que le hablaba. Lo miró de arriba abajo y pensó que era un vagabundo.

Zapatero:     Estoy cansado de que las únicas personas que vienen a arreglar sus zapatos son los pordioseros como tú. Yo necesito dinero para poder saciar mis necesidades y comprar lo que necesito.

Dios:              Oh zapatero, yo sé que parezco un pordiosero, pero puedo darte lo que tú quieras.

Zapatero:     Tú, a ver; ¿Qué me puedes dar tú? Yo necesito mucho dinero.

Dios:              Yo te puedo dar un millón de dólares, pero con una condición.

Zapatero:     ¿A ver, qué condición?

Dios:              Yo te doy un millón de dólares pero me tienes que dar tus manos.

Zapatero:     ¿Mis manos?; pero ¿cómo voy a darte mis manos? ¿Cómo voy a trabajar si te doy mis manos?  ¿Cómo voy a comer o acariciar a mi mujer y a mi hija? Mi perro siempre me espera para que juegue con él. No, yo no dejaría de hacer todo eso, ni por un millón de dólares.   

Dios:              Déjame ver; yo te puedo dar 10 millones de dólares.      

            El zapatero lo miró con detenimiento. Quería seguir trabajando pero la curiosidad lo mataba y le preguntó.

Zapatero:     ¿Y qué quieres por los 10 millones de dólares?

Dios:              Yo te doy 10 millones de dólares, pero me tienes que darme tus piernas.

Zapatero:     ¿Pero ¿cómo te voy a dar mis piernas? ¿Cómo voy a llegar a mi trabajo y regresarme a casa? ¿Cómo voy a correr con mi perro en las tardes? Esas cosas son las me motivan a llegar a mi casa, después de trabajar. mi hogar es muy importante para mí.

Dios:              Escucha esto zapatero; Yo te puedo dar 100 millones de dólares, pero tú me tienes que dar tu vista.

Zapatero:     ¿Mi vista? ¿Cómo te voy a dar mi vista? Si te doy mi vista no puedo ver el camino de regreso a mi casa. No puedo ver a mi mujer y nunca más voy a ver a mi hija crecer. No podría ver el amanecer de cada día, ni tampoco contemplar el atardecer ni la noche. Yo no daría esas cosas ni por 100 millones de dólares. Lo siento mucho, pero no.

            Dios miró al zapatero con un profundo amor y respiró hondo. Se acercó a él y le dijo.

Dios:              Oh mi querido zapatero, Que dichoso eres tú y todos los residentes de esta isla y ninguna de vosotros se habéis dado cuenta.

            La mayoría de las veces no nos damos cuenta de lo dichoso que somos, solo con tener una familia y buena salud. Cosas que no se pueden comprar con todo el dinero del mundo. ¿Eres tú como el zapatero?

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